lunes, 13 de mayo de 2013

Sin pan y con vino también se hace camino (26 al 28 de mayo)


Y otra vez de vivac: el camello no nos ha traído nada güeno para pasar el finde, así que hemos pensado que la mirabilita esa que hay allá abajo igual coloca… De todas formas, por si las moscas, Wychy, Pedro y yo hemos pensado que mejor vamos sobre seguro, y recurrimos a lo clásico: orujo y vino para hacer más llevadera nuestra mutua compañía.



Así pues, el viernes estamos a las siete de la tarde en el club, con los trastos en los petates y rumbo a Rubicera. El tiempo aguanta (a ver si nos vamos a acostumbrar a entrar sin mojarnos), y para eso de las nueve pasadas estamos en la boca. Aprovechando que el frente estresado del club se ha quedado fuera, vamos tranquilamente hasta el vivac, al que llegamos hambrientos. Allí descubrimos que ninguno nos hemos acordado de comprar pan, siendo el primero de una serie de olvidos culinarios no dignos de mención. Tras el vinarro y la frugal cena se impone el catre, y a él nos vamos sin más dilación.











 
El sábado nos levantamos temprano, y para las ocho pasadas ya estamos en ruta. En la zona de las gateras de abajo, en un cruce que teníamos sin mirar, y tras arrastrarme unos metros, encuentro un pocete que da paso a un meandro perpendicular, pero optamos por ir a topografiar lo que en el vivac anterior (no reflejado en el blog porque HAY MUCHO VAGO en esto de la tecla), no pudieron topografiar Wychy el Rubio (olvido –no culinario- del disto). Subimos hasta la galería en la que se encuentran los restos del segundo oso, y allí comenzamos la topografía tras comer (sin pan, claro). Durante la topo encontramos más huesos, con pinta de ser más antiguos que los que habíamos visto previamente. Se trata de una zona de gateras muy laberíntica, que dará más de 700 metros de topo. Todas ellas, sin embargo, convergen en un eje principal, en cuyo punto más alejado llega un pequeño aporte desde el techo, por una colada. Allí dejamos alguna cosa pendiente, pero sin mucho interés. Pedro y Wychy vuelven al comienzo de la galería, comenzando una travesía y escalada que les permite acceder un nuevo conducto que, unas decenas de metros más allá, se desfonda en un pozo de unos 40 metros, que se queda sin bajar por falta de cuerda. De mientras, sigo topografiando ramales de las gateras, en los que hay preciosos filamentos de minerales y curiosas excéntricas.

Acabadas las gateras y la cuerda, optamos por tripear de nuevo (y de nuevo sin pan) y, dado que la mirabilita aún no ha mostrado propiedad lisérgica alguna, subir para el vivac a eso de las nueve de la noche más o menos. La vuelta se hace pesada y con calma: gateras, pozos, barro… y llegamos al vivac a la una de la mañana, donde nos regalaremos con una cena a base de pasta y sin tomate (ni pan, ¿lo he comentado ya?). Al menos el orujo no nos abandona.

El domingo nos levantamos bastante entumecidos, pero con ganas de salir pitando de este antro. Desayuno (sin pa… vale, vale, no me repito más), recuento de material, ordenar el vivac (bueno, no), y para arriba. Piano piano, llegamos a la calle y… coño, tampoco llueve, joder que raro… Ya cerca del coche nos encontramos con Nuria, que ha venido a darnos la bienvenida con birras y papeo. Esto es lo que se llama un final feliz… y no me vengáis con cochinadas, tíos guarros, que siempre estáis pensando en lo mismo…

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